Asociación para el Diálogo 

Los Populismos, su origen y estrategia

El 28 de noviembre de 2016 se desarrolló el debate sobre los populismos. Se inició con una magistral exposición de Jose Antonio Gómez Marín. Se centró el debate, sobre todo, en la influencia de la crisis económica y de la corriente economicista y neoliberal. También en la corrupción política y el descrédito de los partidos, que no han dado solución a los problemas de los ciudadanos. Todo lo cual ha provocado el descrédito y crisis del sistema diseñado por la Constitución española.

 

NOTAS SOBRE LOS POPULISMOS. SU ORIGEN Y ESTRATEGIA

Debate sobre los populismosParto del convencimiento de que la pulsión populista es connatural al Poder. Sólo el poder tiránico no necesita apelar al pueblo. La munificencia griega o el evergetismo romano –sobre el que Paul Veyne ha escrito un libro memorable—fueron maneras “populistas” de atraerse el apoyo popular, bien mediante el don (“panem et circenses”), bien fomentando la victimización del pueblo para conquistarlo.

Doy por sentado lo que admite hoy un consenso muy generalizado: que la proliferación actual de los populismos en Hispanoamérica y en Europa son la consecuencia de la crisis económica y también del deterioro de la democracia representativa, ya anunciada por Pierre Bourdieu y otros estudiosos de la ciencia social. El proyecto populista se plantea como una respuesta al malestar provocado por la inflexión depresiva que surge al despertar del sueño de la “new age”, aprovechando la incapacidad sobrevenida en los partidos hegemónicos tradicionales, corroídos por la corrupción e inermes ante los desafíos de la globalización, y su propia responsabilidad en la crisis: la crisis de esa hegemonía ha sido forjada, sin duda, por los propios partidos dominantes.

Millones de perjudicados por el éxito avasallador del neoliberalismo de mercado –parados, pensionistas en precario, familias arruinadas, “outsiders”…-- ven en el líder populista –el “conducator”—un redentor. La disforia generalizada por la crisis interpone un abismo entre aquellas fuerzas tradicionales hegemónicas y las masas perjudicadas. Antonio Elorza –el mejor analista de nuestra ciencia política actual—lo ha expresado diáfanamente: No es lo mismo carecer de medios para las vacaciones, que dejar de tenerlos; no es igual vivir en la penuria que caer en ella. Más allá del colchón que han supuesto la solidaridad familiar al compartir sus reservas acumuladas durante el periodo anterior, millones de víctimas de la crisis económica y laboral han forzado un cambio en las mentalidades. Estoy con Elorza en que la “decadencia de Occidente” ha dejado de ser una visión filosófica pesimista (Spengler hoy sería sólo una sombra) para dar paso a “un estado de la cuestión demasiado real”.

Este suceso realmente histórico supone la agonía de las formas sociales precedentes. Tras el hundimiento del modelo soviético resulta que también se han ido a pique las esperanzas keynesianas y el remedio socialdemócrata, por completo descreditado. Caído el Muro, los populismos son los herederos de esa penúltima esperanza, tanto por el lado de la extrema derecha como por su antípoda extrema izquierda.

Miremos a Europa. Tras la elección de Trump, el lepenismo aguarda su oportunidad en Francia (el reciente éxito de Fillon demuestra que los franceses han entendido bien la gravedad de la amenaza extremista); en Alemania la Alianza p.A. de Frauke Petry crece sin pausa; en los países escandinavos resurge el propio nazismo con la motivación xenófoba: en Dinamarca, el P. p. D de Thulsen Dahl, en Suecia, los “Demócratas suecos” de Söder, en Finlandia, los “Verdaderos finlandeses” de Timo Soini; en Hungría, los “Jobbik” (los mejores) de Gávor Vona; en Austria (que enseguida podría repetir elecciones) se alza espectacularmente el P.Lib. A. de Hofer, tras la desaparición del Jörg Jaider; en Croacia, el P. Croata de los Derechos dirigido por Reiner… Creo que en Bélgica han tenido recientemente un éxito apreciable las memorias de León Degrelle, no les digo más…

Por la izquierda, en Grecia gobierna Tsipras y en España se debaten Podemos y sus franquicias, mientras en Hispanoamérica, Argentina es incapaz de superar la herencia peronista y Brasil la de Getulio Vargas, en Costa Rica se impone el radicalismo de Calderón, en Ecuador el de Alarcón y Correa, en Bolivia el “indigenista” de Evo Morales y, en fin, en Venezuela un modelo de exportación incluso para Europa.

Pero ¿qué es el populismo, en qué consiste? Básicamente en una propuesta demagógica que, aprovechando la crisis de hegemonía de los partidos tradicionales, exhibe un dualismo radical que opone la hipóstasis del “pueblo” –a veces, hablan de “plebs”, Errejón por ejemplo— a la vieja hegemonía. Lo que propone es la destrucción del adversario –de cualquier adversario y de sus aliados— con objeto de que “la gente decente” desplace y anule a los “poderosos y encanallados” (Monedero). “Destruir al Otro” es el objetivo explícito de Iglesias, Otro que, de momento es la llamada izquierda socialdemócrata (el PSOE): la destrucción de la Derecha puede esperar. El proyecto, en fin, como es bien sabido, está financiado por la dictadura venezolana y la teocracia iraní. Para mantener la unidad de su clientela sobrevenida –los electores defraudados o iracundos—lo esencial es mantener constante el ataque a los adversarios/enemigos. Por otro lado, sostener la ilusión de la viabilidad del dualismo radical, explícitamente expresado como la rivalidad entre pobres y ricos. Todo ello habrá de hacerse, eso sí, a través de un “leninismo amable”.

¿Y cuál es su estrategia básica? Pues proclamar la prioridad absoluta del bienestar de la mayoría –aunque no se conozca con precisión si la mayoría es tal o no: véase el caso español--, es decir, prometer todo al “pueblo”, a “la gente”, sin tener en cuenta en absoluto los condicionamientos reales que delimitan la acción política. ZP –en cuyo entorno se estudió activamente la obra de Laclau y cía-- nos ofreció en “tráiler” de esa película con su política económica insensata hasta que la UE hubo de forzarle incluso a congelar las pensiones. El itinerario de esa revolución antisistema, en resumen, consta de tres objetivos básicos: primero, destruir al adversario; segundo, legitimar la violencia, justa siempre que la ejerza ella misma; por fin, la conquista del Poder, del Estado (Ramiro Ledesma sonreiría si lo oyera).

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En España la base ideológica, que actúa ya en la sombra con ZP, es ante todo la obra de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (sobre todo, “Hegemonía y estrategia socialista” y luego “La razón populista”), cabezas de la escuela neogramsciana. A la muerte de Laclau, Errejón lo deja claro en un obituario aparecido en “Público” –periódico aliado del movimiento--, consciente de que esa obra “deriva del marxismo en diálogo con el fenómeno popular peronista” (sic). La propuesta consiste en defender que el populismo debe rechazar la etiqueta peyorativa para, en adelante, no considerarlo una ideología sino “como una forma de articular identidades populares”, típica en momentos de crisis institucional e incapacidad de absorción institucional, descalificación que procede, en especial, de la propia izquierda. ¿Para qué? Pues para formular adecuadamente las preguntas de “cómo funciona la capacidad de crear consenso”, cómo y bajo qué condiciones ‘los de abajo’ (se viene a la cabeza la vieja novela de ese título escrita por Mariano Azuela desde la perspectiva de la revolución mexicana) son capaces de “darle la vuelta a su subordinación (a la tortilla, se ha dicho siempre) y conformar un bloque histórico que dirija y organice la comunidad política”. Estas ideas proceden, obviamente, de la teoría gramsciana de la hegemonía –más bien es un recuelo de ella-- y viene a proponer la organización de un grupo activo que presente su “proyecto particular” como “encarnación del interés general” lo que “requiere siempre la definición de un ellos responsabilizado de los problemas”. La revista New Left, aparte de ciertas televisiones y periódicos paradójicamente burgueses, viene siendo el altavoz de estas ideas, en las que Errejón recuerda la reflexión de Marco d’Eramo que propone la latinoamericanización de la política de la Europa del Sur. Habla Errejón de nuevo: “No es un secreto para nadie que alguna iniciativa política reciente en nuestro país no habría sido posible sin la contaminación intelectual y el aprendizaje de los procesos vivos de cambio en Latinoamérica”. Elorza lo explica mejor: “De Chávez no sólo vinieron apoyos económicos (hablamos de millones de euros), decisivos para la primera etapa de Contrapoder, sino así mismo un esquema político cargado de enseñanzas y, lo que más importa, sin proceder a una ruptura total con la democracia representativa”. En cierto modo, eso es acaso lo que Troski llamaba “entrismo”: integrarse en el Sistema para apoderarse de sus órganos vitales desde dentro. ¿Recuerdan las peticiones que Iglesias plantaba para su soñado Gobierno, incluyendo al Ejército y al CNI?

No se entendería este proceso, por otra parte, sin considerar el papel decisivo jugado por las “redes sociales”, conducente a lo que el payaso Beppe Grillo llamaba en Italia la “democracia líquida”. Ni sin reparar en el papel financiador de la propia burguesía de negocios –hablo de Lara, por ejemplo, pero podría hablar de otros--, como saben los telespectadores de la Sexta o los seguidores de Hispan TV, la tele de los ayatolás, en las que Iglesias predica y ensalza la guillotina… U olvidando que el neopopulismo no proviene sólo de Hispanoamérica, sino de fuentes europeas tan notables como la obra de Slavo Zizek --(“Menos que nada”) defensora del neoleninismo de Podemos (“amable, según Monedero) y de Syriza,-- rechazada por Laclau de modo tan áspero en “La razón populista”. No hay que olvidar tampoco la aventura, tan discutible en todo caso, de Antoni Negri y Michael Hardt, con su propuesta de construir un sujeto histórico colectivo, auténtico “sujeto emancipatorio”, al que elocuentemente llaman “multitud”. O ando muy equivocado o esta propuesta se parece a la “dictadura del proletariado” como una gota de agua a otra. Pero el propio Laclau se percata de las dificultades, digamos lógico-éticas, de su proposición, al preguntarse “qué significa esta aspiración de una parcialidad a ser concebida como la totalidad social”: en otras palabras, cuál es el derecho de “la gente decente” a exigir el poder y, en consecuencia, la sumisión del resto de los ciudadanos. Laclau se pregunta que “dónde descansa su posibilidad ontológica”. Y como era de esperar encuentra fácilmente la respuesta. Es lo que ocurre cuando se parte de una hipótesis contemplada de antemano como síntesis. Y que me perdone Hegel.

El populismo es antisistema busca la destrucción de la organización social para imponer una nueva en la que el único sujeto sea lo que llama el “pueblo”. No quiere democracia, propiamente, puesto que su lugar es la calle y su instrumento la nueva agitprop, lo que equivale a decir que su participación en el sistema representativo es sólo coyuntural: la democracia representativa no es más que un instrumento, un cauce, para el cambio radical y, de momento, lo que los fascistas llamaron la “conquista del Poder”. En el fondo, consideran que la idea de representación es un prejuicio burgués, lo cual, desde luego, no es propiamente una novedad si se tiene en cuenta la historia del movimiento obrero, en especial las ideas ácratas y priscosocialistas del XIX. Ya habrá tiempo de liquidar la democracia. Mientras tanto, conquistemos el Poder desde dentro de ella misma.

Es obvio que lo que cimenta este tipo de eclosiones no es más que el éxito desmesurado del neoliberalismo de mercado. Mientras no se rectifiquen los excesos (laborales, comerciales y demás) el populismo tendrá fácil ejercer de “organizador de la furia” (la expresión es de Errejón) o corifeo del rencor. No culpemos de todo, pues, a los populistas: la avaricia del montaje liberal-capitalista es la que ha puesto las bases de ese sentimiento antisocial: no hay más que oír estos días las propuestas de contención salarial de los empresarios). Por lo demás sabemos –y lo recuerda Laclau—la tradición socialista defendió siempre la subordinación de la táctica a la estrategia. Avancemos por pasos, en consecuencia, hasta la victoria final. El resto es filosofía o, incluso, jerigonza. Lo que sí conocemos es el resultado: en Venezuela, precisamente, en Cuba, en el propio desastre griego. Es lo único que me mueve a considerar efímeras estas aventuras populistas. O quizá se trata, simplemente, de una muy personal proyección del deseo, quiero decir, de la Razón.

Se trata en fin para los populismos de aprovechar la que Gramsci denominó “crisis orgánica”, el desajuste profundo que invalida al Sistema. Una tarea audaz, sin duda –aquí se habla del “asalto a los cielos”— pero que no puede o no debería ignorar la advertencia del propio Gramsci de que esas crisis orgánicas pueden saldarse en “un porvenir oscuro de promesas demagógicas”. Los venezolanos, los propios griegos, entenderán sin obstáculos este aviso. Como en su día lo hubieron de entender, aunque demasiado tarde, los italianos o los alemanes, por un lado, y por otro, la muchedumbre invitada por los soviéticos al Comecón. Porque sabemos que estos movimientos comienzan siempre con unos pocos millones de ciudadanos desclasados para acabar por sistema infectando a graves mayorías. A las que se movilizará no ya a manifestarse por, sino a protestar contra hasta destruir el Sistema. Un “nuevo orden” –como en 1917, como en la Italia de Mussolini, como siempre—vendrá luego: el “nosotros” se impondrá al “ellos”. No hay duda sobre en quién andan pensando estos agitadores cuando hablan de “nosotros”.

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