Asociación para el Diálogo 

El desvío vocacional en España

El día 26 de septiembre la Asociación para el Diálogo celebró reunión para analizar y debatir los problemas del desvío vocacional en España y la desproporción entre los títulos universitarios y la formación profesional.

El Presidente, Victorio Magariños, inició el acto exponiendo la necesidad de potenciar la Asociación, después del periodo  largo de inactividad a causa de la pandemia. Propuso, además, la conveniencia de revitalizarla. En un momento como el actual, en el que el populismo y el interés partidario de permanencia en el Poder se intensifican de tal modo que las instituciones neutras equilibradoras y controladoras del abuso no puedan ejercer eficazmente su función. Es precisa la voz de la sociedad civil que sirva para denunciar el desvío de fines y para influir en la corrección de la deriva, y animar a las instituciones neutras a defender su independencia y funcionalidad.

Después de unas palabras de presentación de Paco Acosta, miembro de la Junta Directiva, que actuó de moderador, se inició el acto.

El ponente expuso una serie de problemas que se derivan de la desproporción entre títulos universitarios y las profesiones que discurren por otros cauces. 

Intervinieron prácticamente todos los asistentes, con aportaciones y sugerencias que completaron y enriquecieron la ponencia. Así, la de Francisco Sánchez Burgos, Miguel Ligero, Victoria García-Añoveros, Ignacio Fernández Montes, Joaquín Moeckel, Eustasio Cobreros.

 

Ponencia a cargo de Victorio Magariños blanco 

 

Uno de los problemas de la sociedad española es el desvío vocacional. Son muchos los que ejercen carreras, oficios o profesiones al margen de su aptitud o vocación.

Hasta hace poco la causa principal fue la desigualdad de oportunidades. Las diferencias cualitativas de riqueza, que a su vez originaban un menor nivel de cultura, eran determinantes a la hora de elegir la profesión. Aunque una persona destacase en los estudios de enseñanza primaria tenía que resignarse a seguir el oficio de sus padres, o aprovechar la primera oportunidad de trabajo, o emigrar, o, en muchos casos, acogerse al sacerdocio, que durante muchos años fue el único modo de ascenso social de las clases más desfavorecidas. El oficio o profesión se convertía en una actividad forzada, que se ejercía sin ilusión y dedicación adecuada. Muy pocas eran las personas de origen humilde que alcanzaban una formación media y menos la universitaria, aunque tuviesen talento y capacidad suficientes. 

Otra de las causas que impedía elegir libremente la profesión era el difícil acceso a los centros de formación superior, escasos y lejanos del lugar de residencia. Hasta hace bien poco, salvo en la capital, solo había posibilidad de estudiar un número muy limitado de carreras, pues las otras existentes solían descartarse, ya que obtenido el título era difícil situarse fuera del ámbito de la docencia o de la herencia de los padres. La inercia y facilidad eran dos fuerzas que actuaban para continuar el oficio o profesión de éstos.

En una época más cercana las limitaciones derivadas de la carencia de medios económicos fueron minorando. Y se han ido acercando a todos los pueblos los centros de enseñanza.

Sin embargo, el desvío vocacional sigue existiendo hoy, ahora por otras causas. Se ha producido una invasión de carreras universitarias, de las más diversas especialidades, que muchos eligen, no por vocación, que normalmente no se tiene definida a edad temprana, sino por motivos muy diversos. No siempre ajenos a modas o influencias derivadas del triunfo rápido o popularidad que algunos alcanzan. Son múltiples las opciones que se ofrecen para elegir el futuro profesional. Pero también es grande la dificultad para encontrar la adecuada a la aptitud de cada uno. Por lo que se termina en muchos casos eligiendo carreras comodín, que permiten diversas opciones a la hora de obtener un trabajo, o simplemente conseguir reconocimiento social.

La preferencia por una formación superior es una constante, en especial debido al normal deseo y aspiración generalizados de los padres. Existen varios factores que determinan dicha elección. En primer lugar la sobrevaloración de la titulación universitaria. Se presupone que implica esta una mayor cultura y que la actividad a que conduce merece un tratamiento más “considerado”. En consecuencia, se convierte en una vía de ascenso social.

Pero la cultura básica debería adquirirse en la etapa de formación obligatoria. Es en esta fase en la que la educación humanística y cultural debe alcanzar su máximo desarrollo. Para lo cual es necesaria una mayor cualificación y retribución del “maestro” y una selección razonable de materias de estudio, que sean clave para el fomento del desarrollo intelectual e inquietud por saber, y para el desenvolvimiento en la vida diaria. Llama la atención la tendencia actual de los padres a forzar a los hijos desde la niñez a estudiar o practicar las más heterogéneas actividades, olvidando que se necesita tiempo para madurar y asimilar lo aprendido; y que no se trata de atosigar a un niño y anticipar su competitividad.

La formación superior, cada vez más tecnificada, especializada, no deriva necesariamente hacia una mayor cultura. A partir de la educación general el desarrollo cultural es individual,  discurre por otros cauces no reglamentados.

También es causa de desvío vocacional la exigencia en los distintos centros de formación superior de puntuaciones de selectividad distintas y mínimas para la elección de la carrera, pues se trata de una calificación que poco o nada dice o prueba sobre la aptitud para una determinada profesión.

Otro de los factores que provoca la inflación de títulos superiores es el aliciente de una presunta mayor remuneración. En un reciente estudio del Banco de España se ha puesto de relieve que la renta de las personas que tienen título universitario es mayor que la de las que carecen de él. Sin embargo, convendría tener en cuenta el tiempo, el esfuerzo y la inversión económica realizados. Y saber cuántas personas con titulación universitaria tienen que dedicarse a otra actividad al margen de su carrera, por falta de aptitud, que no se deduce necesariamente de un título. 

El aliciente de una presunta mayor remuneración funciona como causa de desvío vocacional al derivar la elección hacia actividades que, en muchos casos, no son las adecuadas al nivel de exigencia que se precisa. Es un elemento generador de previsiones que luego no podrán realizarse y también de una inflación de carreras que la sociedad no necesita para un funcionamiento equilibrado. El título en tales casos es causa de una falsa expectativa, y un derroche de energía vital.

En una sociedad avanzada la remuneración de los trabajos debería ser proporcional a la dificultad y el esfuerzo que requieran. Lo cual supone una mayor inversión de tiempo y dedicación tanto para la formación inicial como para la continuada. De esta premisa no se deduce que la titulación universitaria por sí misma deba ser fuente de mayor rentabilidad económica. Son el conocimiento minucioso y profundo de la actividad que se realiza, la eficiencia y el entusiasmo y afán de perfeccionarla los elementos indicativos de una acertada elección, y también los que deberían determinar la mayor retribución. Sin que se pueda olvidar que son finalmente las necesidades sociales y económicas las que condicionarán la rentabilidad de las distintas profesiones y oficios.

Se ha producido una inflación de títulos universitarios que la sociedad no necesita, y un déficit cada vez más acusado y preocupante de oficios o profesiones imprescindibles para el buen funcionamiento social. Cada vez es más difícil encontrar técnicos con formación práctica, profesionales que resuelvan los problemas cotidianos y normales de la vida. Cuyo trabajo ha estado infravalorado. Como albañiles, electricistas, fontaneros, por ejemplo. En estos oficios solo quedan los que tiene más de cuarenta y muchos años. Los jóvenes han huido de tales profesiones menos valoradas y que exigen un aprendizaje riguroso y sacrificado.

Es significativo, como señalan indicadores recientes, que en España los hijos no abandonan el domicilio familiar hasta los 29 años y medio. Medio millón de menores de 25 años ni estudian ni trabajan. Por otra parte es notoria la explotación de jóvenes universitarios, inermes ante el abuso en relación con el trabajo que han tenido que asumir, en muchos casos al margen de su titulación o vocación. Todo lo cual supone un desequilibrio social en el que influyen factores económicos de diversa índole, pero que el desvío vocacional agrava.

Es preciso ir reduciendo la desproporción existente entre titulación universitaria y formación profesional y encauzar a las personas hacia su vocación, es decir, hacia aquellas actividades para las que muestran mayor aptitud; sin forzar su decisión ni influir para que de modo inerte encaucen su vida erróneamente al margen de sus facultades. Para lo cual es necesario un cambio de mentalidad que permita valorar el trabajo bien hecho, al margen de sus características.

También una mayor atención al aprendizaje práctico, que no se le exige generalmente al universitario, cuya formación es esencialmente teórica. Pero que, tratándose de profesiones manuales habrá que fortalecer a través de una formación rigurosa, y congeniar con las exigencias de la empresa o actividad que se pretende desarrollar. Aprendizaje a pie de obra, del que se huye por falta de apoyo institucional y coordinación con las necesidades empresariales. Pese a que es en el ámbito de la empresa en donde se aprenden más eficazmente determinadas profesiones.

La igualdad cualitativa y social, que es la auténtica igualdad, pues lleva implícita la igualdad de oportunidades, necesaria en una sociedad más justa y equilibrada, exige una aproximación valorativa de las diversas profesiones en función de la dificultad y buen hacer, que supone rigor, atención especial y responsabilidad. Exige también una retribución y tratamiento en función de la importancia y eficacia  del trabajo realizado al margen de la titulación. El título es una presunción, una tarjeta de presentación que no determina la idoneidad para el rendimiento que se supone garantiza, que habrá que acreditar diaria y constantemente.

En los últimos tiempos se han hecho más evidentes las consecuencias negativas del desvío vocacional. Es necesario un giro social y del sistema educativo que valore en pie de igualdad el trabajo responsable, bien hecho, que es consecuencia de la aptitud, sea cual sea el tipo o clase del mismo.

Victorio Magariños es notario y académico.

 

 

 

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