El día 10 de Mayo de 2017 se celebró un nuevo debate cuyo tema fue El malestar por la globalización, ¿hacia un nuevo des-orden mundial? El ponente fue Luis Perez-Prat Durban Catedrático de Derecho Internacional de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.
De un tiempo a esta parte, múltiples voces se elevan para decretar “el colapso del orden mundial liberal” o, cuanto menos, con la intención de subrayar que vivimos en tiempos de profunda e inquietante incertidumbre, de un desorden en las relaciones internacionales motivado por la vuelta a las tensiones que genera la geopolítica. Son éstos, malos tiempos para la utopía, que están contribuyendo a orillar los intentos tímidos de alcanzar una gobernanza global en los asuntos internacionales. Tiempos de los que el Brexit, la victoria de Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses o los elementos esenciales de la política exterior desplegada por Vladimir Putin, no son sino un epifenómeno de la más amplia tendencia al enroque nacionalista, del renovado vigor con que aparentemente se muestra en determinadas latitudes la dimensión westfaliana del sistema internacional.
Muy lejos queda el, para algunos, prometedor alegato a favor de un nuevo orden mundial, lanzado ante el Congreso de los Estados Unidos por el presidente Georg H. W. Bush el 11 de septiembre de 1990, de un mundo en el que la regla del derecho suplantaría a la ley de la jungla, una era en la que las naciones de cualquier latitud podrían prosperar.
En todo caso, ese nuevo orden era el orden auspiciado por la superpotencia solitaria, en expresión de Samuel Hungtington, por su posición dominante en un mundo que parecía caracterizado por la unipolaridad: postrada Rusia por el colapso de la órbita soviética, ensimismada China tras los acontecimientos de la Plaza de Tiananmen (1989), Estados Unidos emergía como el centro de un sistema que consagraba el triunfo del liberalismo y avizoraba el fin de la Historia.
Ese momento unipolar, ese canto al liberalismo en las relaciones internacionales, duró bien poco, escasamente el tiempo en el que Estados Unidos, movido por la necesidad de enfrentar y configurar un nuevo enemigo –el terrorismo internacional- se abonó a la securitización de la agenda internacional, abandonó el multilateralismo a favor del unilateralismo agresivo y acabó contemplando cómo emergían y/o volvían a emerger nuevas potencias, tanto de orden regional como con pretensiones de discutir la hegemonía estadounidense.
Ahora bien, para enjuiciar si estamos ante el colapso del orden liberal, habría que analizar qué se entiende precisamente por orden liberal y, sobre todo, tener en cuenta que la agenda del liberalismo en las relaciones internacionales no sólo es compleja, sino en muchas ocasiones contradictoria e inclusive incompatible con ciertas lecturas de ese orden liberal hipotéticamente en colapso. Y un claro ejemplo de ello es cómo pueden enfrentarse las consecuencias de la globalización desde las propias filas liberales, pues tan liberales son los partidarios ideológicos de la globalización –entendida ésta en términos estrictamente económicos- como los que pretenden paliar sus efectos promoviendo un mayor peso de los actores no estatales en la arena internacional, o defendiendo el cosmopolitismo.
La globalización y sus consecuencias se considera, por lo tanto, la piedra de toque del orden internacional, sea este o no concebido como liberal. Para algunos autores, lo que ha provocado ha sido la crisis de una arquitectura institucional internacional en la que: 1) se erosionan las reglas de la soberanía sin que emerja, o más bien al contrario, imposibilitándose, una clara alternativa de gobernanza global; 2) cada vez existen mayores dificultades para la realización de políticas concertadas ante los intereses comunes o las amenazas globales, como el cambio climático, los flujos migratorios o el cambio tecnológico; 3) emergen poderes globales o regionales que discuten no ya la hegemonía en el sistema, configurándolo como multilateral, sino algunos de los valores consustanciales a la sociedad internacional, como los derechos humanos, que revelan así su origen occidental y su no asunción universal; y, 4) la aparición de países resistentes a los cambios normativos propiciados por el sistema, los llamados “norm antipreneurs”.
El malestar con la globalización ahonda de esta manera la crisis del orden internacional y desvela una corriente antiliberal abonada por diversas tendencias: desde la abanderada por los perdedores de la globalización (entre los que se encuentra el “precariado”, esa nueva clase social), que rechazan los valores del libre comercio y cuestionan el papel de las élites occidentales defensoras del proyecto globalizador neoliberal, convirtiéndose en una potente coalición de fuerzas antisistema; hasta la emergencia de las llamadas democracias iliberales – Hungría, Polonia, Turquía-, que observan con escepticismo, cuando no con animosidad, el pluralismo occidental, el capitalismo de mercado, en suma, las normas y valores occidentales; y eso pasando, por supuesto, por la existencia, fortalecimiento y renovado vigor de Estados autocráticos, como Rusia o China, que comparten similar aversión por los valores occidentales, a cuyas filas, y ésta es la novedad más relevante, se están sumando las potencias emergentes, con lo que se está desplazando la distribución del poder en el sistema internacional.
En suma, la crisis del sistema internacional parece un proceso de puesta en cuestión de los valores liberales originarios, auspiciados por la hegemonía occidental y de Estados Unidos en concreto. La medida del alcance de este proceso excede de este sucinto resumen de la intervención del ponente y exige, entre otros extremos, un análisis más profundo del papel de Rusia y China, de las causas y consecuencias del Brexit, de la posición en que queda la UE y del retraimiento aplicado no ya sólo por Trump, sino antes más matizadamente, por la administración Obama a la política exterior estadounidense.